Seminario “FeMeS por la Abolición de la Prostitución” Presentación a cargo de Emelina Galarza. Vocal de FeMeS.

El planteamiento abolicionista ha estado históricamente protagonizado por feministas ilustradas y radicales. También por el feminismo socialista. Ese feminismo, que en palabras de nuestra presidenta Amelia Valcárcel “es firme, estable y antiguo”. Y es abolicionista. Desde mi punto de vista, el debate sobre la regulación no es un debate propio del feminismo, de este feminismo del que hablamos, del único feminismo, del que somos herederas. Ese debate es un caballo de Troya con origen en los 70 del siglo pasado, al igual que lo es actualmente el debate introducido por el generismo queer.
La prostitución es explotación sexual. Se enmarca dentro de la violencia contra las mujeres y, en concreto, dentro de la violencia sexual. La prostitución, como nos recuerda Amelia Valcárcel, “No es de hoy, aunque es más grave hoy”. En efecto, la prostitución del siglo XXI poco tiene que ver con la anterior a la de la década de los 80 del siglo XX. Actualmente se explica en términos de industria del sexo ya que se ha producido, en palabras de Charo Carracedo, una “globalización del mercado de la carne”. Está demostrado por numerosas autoras que el crecimiento de la prostitución está estrechamente vinculado al nuevo reparto de los recursos materiales en el marco del neoliberalismo.
La desigualdad entre hombres y mujeres es la condición preexistente necesaria para que se produzca la violencia específica contra las mujeres y, dado que esta violencia es una realidad que se produce en todas las sociedades, además de específica es globalizada. La prostitución es, en palabras de Rosa Cobo, una “institución constitutiva del patriarcado” y como tal, no afecta solamente a las mujeres prostituidas, sino que influye en la reproducción de un modo normativo femenino sobrecargado de sexualidad.
Sin embargo, para los hombres el sistema prostitucional es el privilegio a asegurarse el acceso a un número suficiente de mujeres y niñas. La prostitución es una escuela de sexualidad, aunque lo sea basada en relaciones desiguales: la libertad de los prostituidores no se corresponde con la libertad de mujeres en prostitución, el derecho masculino al sexo no puede cuestionarse (Sheila Jeffris) y la prostitución es parte del ejercicio del derecho sexual masculino (Carol Pateman). En este contexto, con ese sustrato patriarcal, es definitivamente inverosímil hablar de libertad de elección por parte de las mujeres, ese mito de la libre elección que en términos actuales se podría calificar de fake news.
Saskia Sassen, socióloga de origen neerlandés que ha investigado sobre las cuestiones de poder y la desigualdad derivados de los procesos de globalización, habla de la “femenización de la supervivencia”. La prostitución no se puede desligar de dicha feminización de la supervivencia, de la pobreza y de la falta de oportunidades ni tampoco, tal y como defiende María José Guerra, de la existencia probada de un entramado en el que puteros, proxenetas, policías y gobiernos han firmado un pacto patriarcal en el que la mercantilización de los cuerpos de las mujeres es protagonista.
Frente a quienes defienden la regulación de la prostitución, podemos preguntarnos: ¿Cómo no se van a tener en cuenta las circunstancias socioeconómicas de las que parten las mujeres? ¿Cómo no vamos a considerar factores como la desigualdad ente las mujeres y los hombres, la globalización, la pobreza, el racismo, la migración y el colapso de la económica de las mujeres cuando hablamos de prostitución? ¿Cómo es posible que hablen de libre elección cuando un alto porcentaje de las mujeres en prostitución son extranjeras del país en cuestión y en muchas ocasiones irregulares, cuando, desde informes nada sospechosos de ser feministas, se alerta de que los países en los que se ha legalizado la prostitución ha incrementado asimismo la fluencia de mujeres traficadas?
Sin prostitución no hay trata. Hay entre ambas una relación de mutua dependencia, aunque no sea posible establecer con certeza numérica hasta qué punto. Mientras los proxenetas, prostituidores y quienes defienden el regulacionismo van a minimizar la presencia de la trata en el mercado prostitucional, las abolicionistas no solo utilizamos datos acordes a la realidad, sino que, además e independientemente, planteamos la prostitución en términos de derechos humanos y, por lo tanto, el consentimiento individual se torna irrelevante frente al interés colectivo.
En las últimas décadas el incremento de mujeres en situación de prostitución se ha visto secundado por quienes defienden la tesis de que la prostitución es un trabajo como otro cualquiera, tal y como afirma Ana de Miguel. Sin embargo, es evidente la nimiedad de los discursos pro-regulación puesto que la misma dinámica opaca de la demanda de prostitución por parte de los prostituidores alienta la clandestinidad.
¿Cuál es la propuesta abolicionista? Exige la paralización de la explotación, la despenalización de su ejercicio, así como la puesta en marcha de políticas de protección y asistencia a las mujeres prostituidas, dado que son víctimas de un delito que vulnera los derechos humanos. Por tanto, y que quede bien claro: es falsa la creencia, alentada en muchos casos malintencionadamente, de que el abolicionismo criminaliza a las mujeres en situación de prostitución.
La prostitución es un fenómeno social anclado en las estructuras simbólicas y materiales de nuestras sociedades. Entre estas estructuras de poder están los medios de comunicación. Lo primero que tenemos que tener claro es que obvian que la demanda masculina es la causa principal de la prostitución. Es más, tal y como han concluido Emelina Galarza y Aimiris Sosa, los medios de comunicación aportan a la prostitución una forma de violencia añadida para las mujeres prostituidas, puesto que refuerzan el relato histórico de su carácter natural e inmutable, invisibilizan a prostituidores y proxenetas y contribuyen, por tanto, al blanqueamiento de su exclusiva responsabilidad.
Por último, como estableció Celia Amorós, “conceptualizar es politizar” y, por lo tanto, es necesario plantearse cómo se nombra la realidad. Sheila Jeffreys ya en 1997 acuñó el término “mujer prostituida” y defendió que el lenguaje invisibiliza a los hombres, mientras culpa a las mujeres como responsables de la existencia de la prostitución y oculta la explotación sexual sobre la cual se ha creado el sistema prostitucional.